El agua se ha convertido en un recurso cada vez más disputado. La agricultura, el turismo, la industria y la población compiten entre sí por un suministro que es limitado y que, además, se ve afectado por el cambio climático. A esto se suma que la sociedad es cada vez más consciente de los problemas ambientales y exige que el uso del agua sea más eficiente y sostenible.
En este escenario, la agricultura juega un papel muy importante. Aunque es un sector esencial, también puede provocar contaminación difusa en ríos y acuíferos, especialmente cuando parte del nitrógeno aplicado como fertilizante se filtra a las aguas subterráneas o llega a las superficiales.
Esto es especialmente relevante en zonas de producción intensiva, como la provincia de Huelva, donde los frutos rojos —frambuesa, arándano, fresa, mora— tienen un gran peso económico. Para entender mejor este impacto se recurre al concepto de Huella de Agua, un indicador que permite evaluar de forma más completa cómo afecta el manejo del fertirriego al medio ambiente en la producción, en este caso, de los frutos rojos.
El enfoque presentado en este trabajo supone un avance importante, ya que estudios anteriores se basaban en datos teóricos o no consideraban la Huella de Agua Gris, que es precisamente la parte del indicador que refleja el riesgo de contaminación del agua por el uso de fertilizantes.
En este trabajo se han utilizado datos reales obtenidos tanto en fincas comerciales como en ensayos del IFAPA en la finca “El Cebollar”, en Moguer (Huelva). Se ha medido directamente la evapotranspiración del cultivo, las entradas y salidas de nitrógeno y las producciones reales.
Esta aproximación basada en datos empíricos permite caracterizar con mayor rigor el funcionamiento real del cultivo y mejorar la precisión en la estimación de su Huella hídrica.
Los resultados muestran que producir un kilogramo de frambuesas requiere entre 290 y 350 litros de agua, mientras que en el arándano la Huella hídrica llega a unos 540 litros por kilo en plantaciones adultas de cuatro años.
Lo más llamativo es que la mayor parte de esta Huella corresponde al agua gris: un 66% en frambuesa y un 57% en arándano. Es decir, el impacto no se debe solo al agua que el cultivo necesita para crecer, sino también al riesgo de que los fertilizantes contaminen el entorno.
Estos datos ponen de relieve la importancia de mejorar las técnicas de fertirriego, ajustar mejor las dosis de fertilizantes y seguir avanzando hacia prácticas agrícolas que protejan los recursos hídricos.
La Huella de Agua, especialmente cuando se calcula con datos medidos en campo, se convierte así en una herramienta muy útil para tomar decisiones más sostenibles y para comprender mejor cómo nuestras formas de producir alimentos influyen en el medio ambiente.